Ante cualquier agresión (relacional, comunicacional) hemos aprendido –y se nos enseñó muy vivencialmente en la más tierna infancia – a reaccionar básicamente de dos formas posibles: enfrentando o huyendo.

Esto, está tan arraigado y asumido culturalmente que parece que no hubiese otra forma, que no tuviera remedio y, que no tuviera fin (a los hechos me remito, basta con oír o ver las noticias cada día). Pues… Si me atacan, o me defiendo atacando yo también o, trato de salir huyendo con el menor daño posible… Y hay múltiples maneras de defensa-ataque y también de huída. 

Probablemente, la forma más frecuente de huida sea la sumisión y caer en el rol de víctima, rol que hace tándem y complementariedad perfecta con la agresión, a la vez que es, lo que es, una enorme y eficaz trampa, fuente de tantísimo sufrimiento que desgraciadamente puede acabar con su vida. 

Por otra parte, la tan prodigada, extendida y cacareada estrategia de esperar y exigir que el otro cambie, solo conduce a perpetuar lo que está ocurriendo: que siempre hay alguien agrediendo a alguien: con el balance inequívoco de agresor y víctima, dolor, sufrimiento y tremenda injusticia. 

Existe otra manera de reaccionar ante una agresión. Algo nuevo que podemos hacer, algo distinto a todo eso a lo que estamos tan acostumbrados.  Y también algo distinto a lo que todo agresor espera de nuestra reacción. 

Y si hay algo nuevo, ello, puede ser aprendido. Y si hay aprendizaje, hay cambio y hay evolución. La cosecha es CRECIMIENTO. Van de la mano y van juntas: cambio-crecimiento-evolución. 

Pero, ¿Qué es eso nuevo?

En realidad es muy, muy antiguo. Tiene miles de años. Tantos como la historia de la humanidad. Hablo de una ley universal, ley que no deja de afectarnos nunca aunque la ignoremos. Para proclamarla y hacerla muy comprensible, me gusta enunciarla con una metáfora: 

En el universo que vivimos, solo las aves del mismo plumaje vuelan juntas

Necesitamos cumplir con esta ley. Necesitamos aprender a volar junto a cualquier ser humano sea cual sea su conducta en cualquier momento de relación con él, agresiva, pacífica, alegre, triste, miedosa, etc. 

Sí, requiere aprendizaje y requiere entrenamiento. Es todo un cambio de paradigma. Es poder llegar a mirar y gestionar y reaccionar ante las situaciones de violencia con un prisma que cambia todo y empodera tremendamente a las personas. Es poder afirmar en voz alta que para acabar con el agresor/a, el mejor método, el más eficaz –si no el único– es: acabar con las víctimas, pues SIN VÍCTIMAS NO HABRÁ VERDUGOS. 

Si quieres cambiar el mundo que te rodea –agresores incluidos–, estás abocado/a a cambiar tú. 

Todo aquello que puedas hacer que propicie tu cambio, será beneficioso para ti: lectura, talleres, ayuda profesional… Todo te ayudará. Rompe con el rol de víctima y libérate.