Pensamiento y emoción están tan íntimamente ligados que casi podríamos decir que, en su núcleo más profundo, son una misma cosa. Sentimos según nuestro modelo sobre el significado de las cosas, lo que a su vez predispone a pensar de una determinada forma, y esto determina cómo nuestra mente considera que debemos actuar, lo que se traduce en la emoción que experimentamos y en el tipo de pensamientos que tenemos. No hay un marcador biológico, los mismos parámetros, o la misma variación interna, pueden traducirse unas veces como tristeza y otras como enfado. Todo depende del significado que asignemos a la situación, de cómo interpretamos la realidad.

Lo que nos lleva a la siguiente pregunta. Si la emoción es reflejo de un significado en un momento concreto, ¿en qué consiste la felicidad? Cualquiera diría ahora que se trata de un significado, pero esa respuesta es simplemente lógica y resulta una tanto vaga. Creo que debe de haber algo más.

Ayer te sentías sobrepasado por tu emoción, sea la que sea, y hoy, en cambio, te sientes bien. Tu vida no ha cambiado. Tu historia no ha cambiado. Tus amigos no han cambiado. Tus enemigos tampoco. Tus problemas no han cambiado. Tu situación no ha cambiado. Tú sigues siendo la misma persona en el mismo momento vital pero, hoy, “estás bien”. ¿Entonces, de qué estamos hablando cuando decimos que estamos bien?

Creo que cuando nos sentimos bien, lo que en realidad queremos decir es que estamos tranquilos. Respecto a la vida, respecto a los problemas, respecto a las dificultades… Respecto a lo que sea, estamos serenos. Y eso es lo que hacemos en la meditación, practicar el serenarse. Darnos cuenta de que el sufrimiento nace de la agitación.