La publicación por parte de la editorial Kairós, en octubre del año 2011, del libro de Fernando Mora sobre Ibn Arabi (Ibn Arabi. Vida y enseñanzas de gran místico andalusí) supuso una excelente noticia y un motivo de alegría para todas las personas interesadas por el sufismo y, más en particular, por el pensamiento y la doctrina del incomparable maestro nacido en Murcia. Pues su enseñanza es tan relevante, en el campo de la mística y de la teosofía, como difícil. Para el estudio en profundidad de Ibn Arabi serían necesarios, además del conocimiento del árabe y del Corán (pues todos los escritos akbarianos están tejidos sobre referencias coránicas, compuestos siempre al hilo del Corán), al menos una elemental iniciación en las ciencias sagradas y tradicionales, como la ciencia de las letras, la alquimia o la astrología, saberes hoy perdidos de vista, pero vigentes e importantes en la época de Ibn Arabi. Y los que no tenemos ese conocimiento, aun estando verdaderamente interesados por la espiritualidad y las metafísicas tradicionales, parece que tendríamos que resignarnos a prescindir del saber que ofrecen obras tan significativas como Las revelaciones de la Meca y Los engarces de las sabidurías de los profetas, las dos obras principales de Ibn Arabi, autor de una obra amplísima y de enorme influencia.

Ciertamente que existen ya en castellano obras y traducciones de total garantía, principalmente debidas a Pablo Beneito, lo que no era tan habitual hace apenas 25 años, a pesar de los trabajos pioneros de principios del siglo pasado del eminente arabista Miguel Asín Palacios.

De ahí el extraordinario valor del libro que reseñamos: Ante todo por el amplio y riguroso conocimiento que del tema tiene su autor y, luego, por otros detalles que en seguida comentamos. Pero es que además Fernando Mora ha sabido hacer un libro que es, a la vez, completo e introductorio, claro y profundo, asequible al lector común y fiel a la riqueza del pensamiento estudiado y transmitido.

Fernando Mora une a su formación filosófica un buen conocimiento de las tradiciones espirituales y metafísicas, sobre todo las budistas, sufíes y cristianas. Pero es además un excelente traductor del inglés (y no solo de esta lengua) y nos ofrece en este libro muy buenas traducciones inglesas de numerosos textos de Ibn Arabi, pero también de algunas obras, aún no traducidas al castellano, de autores ingleses y franceses como Chittick, Chodkiewicz, Morris o Addas.

Además de lo dicho, un primer mérito del libro es ofrecernos, en casi cien páginas, un muy completo resumen de la vida, los viajes y las experiencias visionarias del místico de Al-Andalus. Ahora bien, el segundo mérito es el que hace a este libro suyo imprescindible: nos permite acercarnos, en quince preciosos capítulos, a todos los temas principales de la obra de Ibn Arabi, que no fue propiamente un filósofo, en la línea de Averroes o Avicena, pese a su cultura y a la indudable recepción de elementos provenientes del neoplatonismo. No, Ibn Arabi nos ofrece la entrada a un tipo de conocimiento supra racional; más propio de la inspiración espiritual y la develación gnóstica que del razonamiento o la especulación puramente intelectuales. Hace, pues, valer, la clásica distinción platónica entre dianoia y noesis, entre razonamiento e intuición intelectual. Una distinción que no se ha perdido nunca, pese a los avatares e itinerarios propios de la filosofía moderna. La vemos, entre otros, en S. Agustín, en Sto. Tomás de Aquino, en Nicolás de Cusa, en el Maestro Eckhart, en Spinoza o en Jacob Boehme. Y, por supuesto, es una distinción que conoce bien el pensamiento oriental.

Por lo demás, es imposible resumir en pocas líneas un libro de tanta riqueza. Animamos encarecidamente a su lectura. Pues Fernando Mora nos sitúa primero perfectamente en el contexto espiritual y cultural de Ibn Arabi. Nos introduce en algo tan difícil como su metafísica no dual y su cosmología, una metafísica donde tiene especial importancia la noción de existencia o wuyûd (cuya raíz remite al significado de “encontrar” y “encontrarse”), que yo entiendo muy próxima a la del acto puro de ser (pues Dios no puede ser concebido como un ser, ni siquiera el ser máximo, perfecto o autosubsistente, sino como el puro acto de ser o, en otro sentido, la totalidad del ser en su unidad e indistinción). Precisamente el tema de Dios, que es, claro, central, está perfectamente tratado, sobre todo, en el capítulo 5.

Otros grandes temas akbarianos, como la imaginación, la creación continua, el amor y su relación con el conocimiento, el valor de la poesía, la adoración esencial, la santidad y los estados y estaciones espirituales, los Nombres y atributos divinos, el papel del corazón (qalb, en árabe) como centro del ser (en el precioso capítulo octavo), así como la antropología de ibn Arabi y la doctrina del ser humano perfecto, todos ellos van apareciendo y desplegándose en sugerentes y bien documentados capítulos, siempre, lo repito pues lo considero esencial, ilustrados y enriquecidos con citas muy bien escogidas de Ibn Arabi. Todo lo cual constituye un deleite y una riqueza, por lo mucho que aprendemos, para la persona de veras interesada en una espiritualidad con fundamento o en el sufismo más concretamente. Pero es que un autor como Ibn Arabi no nos enseña sólo lo que es el sufismo y el camino de la realización personal (siendo él muy fiel a su propia tradición religiosa, el islam), sino que su obra abre insospechadas perspectivas para la comprensión de otras religiones, otras doctrinas, incluso, me atrevo a decir, otras filosofías o cualesquiera formas de ver el mundo y la vida.

Como decía el gran maestro persa Sohravardî, la mística debe sustentarse en una auténtica filosofía y ésta no se completa sino en la mística. Conocimiento y experiencia, los pilares de la sabiduría. Es lo que ofrecen maestros como Plotino, Eckhart, Boehme y tantos otros (por hablar solo de Occidente). Pero incluso los que no aspiramos a tanto y hasta estamos contentos con intentar ser buenas personas, personas honradas, si es que hemos vislumbrado un poco sólo de la extraordinaria belleza del camino (y los caminos) espiritual(es) agradecemos al Cielo la existencia de verdaderos maestros como Ibn Arabi y agradecemos también el inestimable trabajo, desde luego nada sencillo, de quienes, como el autor de este libro, nos los acercan y hacen asequibles, sin menoscabo de su valor.

Libros como el de Fernando Mora (quien, por cierto, sabemos que sigue escribiendo sobre Ibn Arabi, para gozo de nosotros, sus lectores) hacen posible que podamos luego leer a este autor, tan difícil como esencial (“las cosas bellas son difíciles”, jalépa tà kalá, suele afirmar Platón en sus Diálogos) que es Ibn Arabi de Murcia. No dejaremos de estar perplejos, al hilo de esa lectura, pues la perplejidad es un estado inevitable y cercano a la sabiduría, pero ya no nos desalentarán las dificultades, porque hemos tenido una buena guía previa y porque sabremos que quien conoce no es la cabeza, con sus conceptos, sino el corazón con la simplicidad de su mirada.