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Sobre el libro Sapiens de Hariri

por | Feb 23, 2020 | Reseñas de libros

Algo habrá que decir a este joven judío que después de prometer en la primera página de su libro una historia sobre el origen del hombre o de los diversos grupos de hombres a lo largo del tiempo en el planeta Tierra hasta llegar al Homo Sapiens (hace 70.000 años), acaba con la sentencia de que «Hasta donde podemos saber desde un punto de vista puramente científico, la vida humana no tiene en absoluto ningún sentido»p.428). O, dicho de otro modo, ateniéndonos al conocimiento científico que es el único que no sólo tiene prestigio entre nosotros, sino que roza el dogma para sus defensores a ultranza, la vida es un sinsentido total. Es decir, que por ejemplo las relaciones con los otros, esenciales de la naturaleza humana ya que definen al hombre como ser relacional, carecen de sentido. Es decir las relaciones –de amor a los hijos, a los amigos, incluso el amor al mundo como sentía Arendt –, no dan ni significan nada. No digamos los ideales para convivir mejor (ideales políticos), o los esfuerzos para lograr ser personas, o el trabajo realizado para mí y para los otros, porque los trabajos no se hacen sólo para beneficio del que los hace, todos los trabajos repercuten en la sociedad. Ni el disfrute de la belleza. Ni mucho menos la trascendencia después de la muerte, sentida y representada desde el origen de los tiempos por los hombres. Todos estos afanes y fuentes de compensación de la vida, NO tiene ningún sentido para nuestro Hariri. No obstante su historia del Sapiens, a lo largo y ancho de este libro, o la lucha del hombre en su circunstancia desde sus orígenes, bastaría para que su vida tuviese sentido. Porque desde el antes de cualquier antes llegar al homo sapiens fue no sólo difícil, sino heroico, aunque la interpretáramos sólo biológicamente como selección natural, por ejemplo. El sentir humano (los sentimientos y la inteligencia) estuvieron activos en la vida y en la muerte de todos esos hombres desde el principio, hombres que aunque no escribieron sí pintaron y nos lo dijeron.

Este joven judío arrasa con todo lo que no se puede demostrar  científicamente y lo hace con los términos más radicales y reductores de cualquier idea: o actitud humanas. Para él, los engaños en que se refugió el hombre en su largo camino por la vida humana son fantasía, mito, ilusión. Hariri se muestra como un cientifista, siendo el cientifismo la doctrina según la cual los métodos científicos deben extenderse a todos los dominios de la vida intelectual y moral sin excepción. O como la tendencia a dar excesivo valor a las nociones científicas o pretendidamente científicas.

Por una parte ––sigue nuestro autor, «los humanos son el resultado de procesos evolutivos ciegos… nuestras acciones no forman parte de ningún plan cósmico divino». Y ¿cómo afirma esto tan segura y aplastantemente? Tan difícil y oscuro para el conocimiento es la de demostrar científicamente que nuestras acciones no forman parte de ningún plan cósmico divino, como el caso contrario de su aceptación. Por otra parte, si mañana explotase la Tierra, el universo seguiría su camino como de costumbre. Y «hasta donde podemos decir en este punto, no se echaría en falta la subjetividad humana». O sí, porque todo está relacionado con todo y la explosión de la Tierra tendría sus efectos en el Universo, también la ausencia de la subjetividad humana; sin ir más lejos, alteraría el Todo. Pero nuestro autor sigue impertérrito en afirmar que «cualquier sentido que la gente atribuya a su vida es sólo una ilusión» (p.429). Y además remata esta actitud diciendo que: «la felicidad consiste en ver que la vida de uno en su totalidad tiene sentido y vale la pena». Pero, ateniéndonos a sus afirmaciones, la felicidad es imposible; pone el ejemplo de los medievales que «eran felices porque encontraban sentido a la vida en los engaños colectivos acerca de la vida en el más allá, mientras nadie echara por tierra sus fantasías» (p. 428). O sea, que de estas aseveraciones podemos colegir que podríamos sentirnos felices mientras nadie destruya nuestras fantasías, en este caso, religiosas. Y, desde luego, en el caso que no tuviésemos fantasías en las que creer, la felicidad en nuestra vida estaba de sobra. Hariri olvida dos cosas: (a) que el conocimiento científico es sólo un tipo de conocimiento; pero existe también el conocimiento metafísico. (b) que hay maneras de ponerse el hombre ante el misterio con otra actitud que la de tabula rasa, que tan radicalmente postula.

La escoba de Hariri se lleva por delante lo humano y la humanidad de la vida, y sólo ofrece una raspa pelada de lo que podemos aceptar de nuestra vida, eso sí científicamente hablando. Pero oigamos a B. Russell una mente científica por excelencia, que parte de un punto similar. Habla de una actitud ante la felicidad opuesta a la expresada por Hariri: «En el mundo moderno, si las colectividades son infelices, se debe con  frecuencia a la ignorancia, las costumbres, las creencias y las pasiones, que son más queridas para ellos que la felicidad y hasta la vida. En nuestra era peligrosa, he encontrado muchos hombres que parecían estar enamorados de la miseria y la muerte y que se encolerizan si se les sugieren esperanzas. Creían que la esperanza era irracional y que sentándose con desesperada holgazanería, estaban simplemente afrontando los hechos. No puedo estar de acuerdo con ellos. Conservar la esperanza en nuestro mundo requiere nuestra inteligencia y nuestra energía. En aquellos que desesperan es frecuentemente la energía la que falta». (Autobiografía III, p.354).

Vamos por partes: la afirmación de que la vida humana no tiene ningún sentido, es verdadera desde el punto de vista «puramente científico», es decir, no se puede tratar el sentido de la vida con el método científico (aunque B.Russell trata la felicidad empíricamente: en La conquista de la felicidad buscando las causas que producen felicidad y las que producen infelicidad) Este aserto de Hariri es cierto, pero no definitivo. Como hemos dicho, Hariri olvida que además del llamado conocimiento científico sensu stricto, hay otro tipo de conocimiento como el metafísico (Leibniz, Dilthey, Ortega, y los metafísicos). Ortega los distingue así: un conocimiento científico al que se le atribuye no sólo el conocimiento de algo parcial como el estudio y solución de una enfermedad, de que los cuerpos caen hacia la Tierra con velocidad, de que el Universo existen agujeros negros, etc, etc. que además es exacto. Pero hay otro conocimiento que consiste en pensar la totalidad, el Todo. Y el pensamiento de la Totalidad no es extraño. Nos hemos preguntado: ¿Qué es todo esto? El hombre se pregunta por todo lo que hay. El conocimiento del Todo es total e inexacto. Esos dos tipos de conocimiento son distintos absolutamente. (Dilthey los distinguía con dos expresiones: ciencias de la Naturaleza y ciencias del Espíritu. Para él, las segundas se refieren a esa realidad histórico-social-humana (…),«manifestaciones de la vida» consideradas como «expresiones» de algo interno no accesible a los sentidos, como «expresión del espíritu, de la vida». Constituyen el objeto de las ciencias del espíritu). En la actualidad desde la fe absoluta en la ciencia se cree que la ciencia poco a poco, con el tiempo, será capaz de conocer el Todo. Lo que Ortega llama el mito europeo sobre la ciencia tan vigente en nuestra sociedad. Este mito consiste en creer única y exclusivamente en las respuestas a problemas resueltos según el método científico, y en esperar que con el tiempo la ciencia encontrará la manera de descifrar y revelarnos lo que hoy es misterio. Actitud que inclina a quedarse en un cómodo agnosticismo. Pero el conocimiento metafísico progresa y el taladro del pensamiento activo y valeroso sobre la totalidad de la realidad va ampliando lo conocido y hace retroceder la ignorancia, pero siendo consciente de que es imposible conocer todo del Todo. La vida del hombre en el cosmos es misterio, como lo es el infinito e inabarcable cosmos.

La radicalidad cientifista de Hariri sugiere un empeño por llevar a cabo una barrida de todo aquello que no esté demostrado por el limitado conocimiento científico, al par que quiere afirmar la inutilidad de las apoyaturas de los hombres para vivir según su naturaleza, también espiritual, la cual crea y ha creado su humanidad. ¿Qué propone Hariri? ¿Acaso partir en dos el acervo cultural de la Humanidad: a una parte de la raya divisoria lo que se puede y debe creer, a saber, los resultados del conocimiento científico y al otro lo que se debe tachar y rechazar como mito, o engaño sin realidad alguna? Lo que llevaría a concluir que en los inicios de esta enorme e inquietante revolución tecnológica en la que estamos hay apóstoles que despejan el camino para el avance imparable de la ciencia/tecnológica. Lo despejan de los obstáculos que pueden encontrarse en la vida del sapiens: tener alma, dudar, empeñarse en una moralidad, moralidad, tener ideales de todo tipo, pensar en la libertad y ejercerla etc, etc. Hariri despeja el camino de nuestra Historia próxima; parece decir: ¡desengañémonos! No nos enredemos en otro tipo de conocimientos ni problemas que no sean los científicos. Al fin y al cabo la vida no tiene ningún sentido personal ni existe la felicidad. Vivamos sin problemas y dejemos a la ciencia hacer su camino sin obstáculos. ¿Quiere decir que la ciencia es el dogma de nuestro tiempo y el poder irrefutable en la sociedad? Pues, estos asertos son o parecen la proclama más cruda que se lee hoy para la pérdida de la humanidad. No parece neutral Hariri.

enero de 2020, Valencia

Isabel Sancho

Profesora de Filosofía y escritora.

Licenciada en Ciencias Químicas y Doctora en Filosofía.

Directora de la Universidad de Verano del Zambuch (Pedralba, Valencia) durante veinticinco años.

Autora de:

-Marianne y Max Weber: Voluntad y destino.

-Hanna Arendt. En Busca de la Condición Humana.

-El libro de las Estatuas (varios autores): “Platón”.

-Desde el balcón de la Vida, biografía esencial femenina.

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