Atención Plena (Mindfulness) y Emociones

Aprender a escuchar, ese es uno de los caminos más importantes que recorremos a través de la práctica de la Atención Plena. Empezamos por escuchar a nuestro cuerpo, de una manera sutil, cuando logramos experimentar el silencio, cuando por fin paramos y somos capaces de reconocernos en la vorágine de nuestras rutinas y automatismos. Emerge entonces el cuerpo como una realidad hasta entonces casi inadvertida, a la que hemos prestado demasiado poca atención. Una realidad repleta de información, de sensaciones hasta ahora anestesiadas, y portadora de uno de los mensajes más profundos que nos trae la práctica del Mindfulness: la felicidad está viva en nosotros, en cada una de nuestras respiraciones, basta con prestar atención. ¡Es tan sencillo y poderoso!

Se trata de un despertar, diría que en el sentido de darse cuenta de todo lo que hasta ahora estábamos perdiéndonos, por otorgar demasiada importancia a cosas que no la merecen, y demasiado poca a las que, en cambio, son fundamentales para poder vivir con plenitud. Y este descubrimiento está al alcance de cualquiera, no hay barreras para la experiencia de la Atención Plena. El secreto consiste en respirar conscientemente, siempre en el paso que en este preciso instante estamos dando. Practicar, practicar, practicar. Aprender a relajarnos, a percibir el cuerpo, a sentir la alegría en nuestra respiración, en el aquí y ahora, a aceptar la vida tal cual es, a no juzgarnos, a observarnos y ser testigos de nosotros mismos.

Poco a poco, sin expectativas, a medida que se practica y se profundiza van aconteciendo pequeños cambios en nuestra forma de estar, más serena, menos condicionada, más alegre, más consciente, más plena. Aprendemos a ser, en definitiva, más presentes, más nosotros, a estar menos preocupados, más conectados, más reales, más atentos. Comprendemos que la felicidad es algo que ha de hacerse en cada paso, en cada inspiración, en cada pensamiento, y ahora sabemos que prestar atención a que eso sea así es todo lo necesario. Dar lugar a las emociones para que puedan ser, abrazarlas con cariño para que puedan sanar, observarlas sin juicio para que puedan transformarse.